Durante el conjuro, agua y fuego se fusionaron y, el habitáculo se llenó de flores.
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Cuando todo explotó, Armando ya se había marchado a trabajar. Cerca, demasiado cerca de donde había revivido el volcán.
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Desde allí ya podía ver que aún se mantenía en pie el árbol que formó parte de sus juegos infantiles.
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Anabel fue a su lugar favorito en el bosque y, una vez allí, realizó el conjuro que le traería de vuelta por esa noche.
Llegaba el día en que debía buscarles un buen hogar y decidir cuál se quedaba en casa.
Pero cuando le miraban así, ¿cómo elegir?
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Desde que Marcos se fue, Álvaro retomó la costumbre de acudir al mercadillo de discos y reanudó su amistad con José.
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La casa que con tanta ilusión decoraron y en la que hicieron tantos planes, estaba ahora poblada por una soledad tan inmensa que dolía.
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Aunque su intención era ayudar a todo el mundo, no podía evitarlo, acababa ocasionando más problemas y enfadando a los demás.
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Si tan sólo el hecho de elegir colores para la casa provocaba una discusión diaria, como poco, Carlos empezaba a sospechar que su relación no acabaría bien.
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En sus pesadillas, cada vez más frecuentes, podía sentir el calor de las llamas que abrasaban el cuerpo de la bruja.
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No pudo evitar quedarse embobado viendo como la abeja se paseaba por la flor olvidando, por unos instantes lo que le había llevado hasta aquel momento.
Siempre en aquel jardín. Maravilloso, sí, pero obligada a no poder contemplar otra realidad.
Hasta que encontró una puerta que dejaba ver el mundo que le estaba vedado.
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Igual que Juan, igual que todos.
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A pesar de la marcha de Alberto, nada había cambiado en su rutina. Nada se había alterado.
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Entre la incredulidad y el más absoluto terror, vieron como el espantapájaros que tanta gracia les hizo a la luz del día, avanzaba por el campo, hacia ellos.
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A pesar de lo mucho que la quería, algo en su manera de mirar la inquietaba profundamente y le impedía ser ella misma cuando estaban juntas.
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Costaba entender que el negocio funcionara y ellos permanecieran juntos tras tantos años de desacuerdos y discusiones.
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Lo mismo, en su inocencia, esperaba que Rigoberta y Lucho se comportaran igual que los animales de la fábula; y de ahí, su repentino interés.
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Sumergido en aquellas aguas, completamente aislado del mundo, sintió que, tal vez, sus heridas acabaran cerrándose.
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Lejos de sentir cariño o nostalgia por la mujer de la imagen, su bisabuela, había en ella un aire de... no sabía cómo definirlo, que la hacía estremecer.
Cuando decía que Alma era una niña muy espabilada para su edad, no hablaba sólo la "pasión de madre".
Lo que debía ser una alegre sorpresa, supuso un ataque de ansiedad para la pequeña, que se negó a dormir en aquella habitación.
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A pesar de ser un agricultor, el tío Amancio parecía sacado de una película antigua con su hablar tan culto y refinado.
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Al atardecer, cuando tan sólo el aire se movía por el jardín y las aves jugueteaban con las corrientes, Eli lanzó su conjuro y esperó...
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