Tanto la impresionó que olvidó apretar el botón que le conseguiría la foto que se alzara con el premio.
Liath
Tanto la impresionó que olvidó apretar el botón que le conseguiría la foto que se alzara con el premio.
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Alejados ya los miedos, con amor y confianza en su corazón, avanzó hacia la puerta entreabierta donde, ahora estaba segura, la esperaba.
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Lucía parecía relajada y feliz.
Nada en su comportamiento hacía sospechar lo que sentía en realidad y, después de lo ocurrido, él no sentía ganas de preguntar.
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Al fin regresaba a casa.
Pero al ver el viejo castillo, no pudo evitar sentir una punzada de temor ante el recibimiento que le darían, especialmente su padre.
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Chanchito no parecía dispuesto a dejarse toquetear, por mucho que la pequeña jurara que lo quería.
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Aunque puso todos sus conocimientos en el empeño de salvar su vida, el hombre no peleaba por vivir y ningún remedio resultó efectivo contra sus ganas de partir.
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Por mucho que estudiaba, observaba y llegaba a conclusiones en las que creía saber las respuestas, la realidad era que no acababa de sorprenderse con algo nuevo, cada día.
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Ella, que siempre había aborrecido todo tipo de animales, fue la primera sorprendida al "adoptar" a los ratoncitos que se colaron en su casa.
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Sócrates la esperaba al pie de la escalera.
Y, aunque "sólo era un gato", ella sintió la necesidad de explicarle el porqué de su ausencia.
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Al final iba a ser cierta la leyenda que aseveraba que, tras toda máscara de felicidad se ocultaba una profunda tristeza.
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Ni los más poderosos hechizos, escritos por sus antecesoras, conseguían disipar la niebla que la envolvía y no le permitía vislumbrar el camino.
Jamás pensó que se sentiría más segura entre animales, por muy peligrosos que parecieran, que entre sus congéneres.
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Sin que nadie acertara a dar una explicación concluyente, en el páramo desolado que tenían por jardín, surgieron unas flores.
Pequeñas, delicadas, perfectas. Dos de ellas eran de un vivo color rojo.
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Perdido en mapas y cartas astrales, perdió el rumbo en el mundo real y no hubo mapa, ni brújula ni guía que pudiera ayudarle a encontrar el camino.
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Pero ella sabía que su madre, desde la distancia, cuidaba de ella y de su hogar.
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Cuando al fin se decidió, una paloma emprendió el vuelo desde su balcón.
¿Sería una señal de que había acertado?
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Lucas era consciente de que no era "normal", pero sabía que le sobraba lo que a aquellos que se burlaban les faltaba y no temía afrontar la vida.
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En lo que, para cualquiera que lo viera desde fuera, era una excentricidad de escritora con ínfulas, Bárbara realizó el ritual para convocar a su ángel inspirador.
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En aquella jungla de coches y personas funcionando con el piloto automático, Paula era como una flor exótica que, al menos le hacía pensar en algo que no fuera el trabajo y los mensajes de texto.
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Bajo todo aquel maquillaje y su aparente desparpajo, se escondía una niña asustada que tan sólo quería volver a su casa y esconderse entre las sábanas.
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Sara jugaba en la nieve, ajena a todo.
¿Cómo contarle lo sucedido? ¿Cómo explicarle los motivos?
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Ylse no era más que otra mujer sin función alguna para el reino.
Pese a ello, su padre hacía que presenciara las sesiones de la corte y se preparara para lo que se avecinaba.
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Arrebatada por la fiebre -y la medicación- Susa deliraba viendo convertido en realidad su sueño de volar en una escoba, como la gran bruja que siempre supo que era.
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El monje, que parecía salido de tiempos mucho más oscuros, pasó por su lado sin que ella pudiera reprimir un escalofrío.
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