No sería la primera estancia que enseñaría a los invitados, claro, pero para ella su cuarto de baño era el colmo de la belleza.
Liath
No sería la primera estancia que enseñaría a los invitados, claro, pero para ella su cuarto de baño era el colmo de la belleza.
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Tras todas las ceremonias y rituales. Después de la inevitable reunión familiar, Susana se fue a su dormitorio y esperó a que todo lo que bullía en su interior, reventara.
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Cuando el rayó cayó y comenzó el fuego, le vino a la mente el vagabundo al que negó techo.
Tal vez, su dios sí estaba atento a los detalles y le estaba castigando por ser tan poco caritativo.
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Los ruidos eran cada vez más constantes y cercanos.
Descartadas las plagas animales y que no tenían vecinos, ¿de dónde provenían?
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De la experiencia con la serpiente, lo único que sacó en claro -aparte del susto-, fue que a él no le importaba tanto como para quedarse a ayudarla.
Todo estaba preparado para su llegada.
Ojalá se sintiera cómoda y decidiera instalarse definitivamente.
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Sin duda, volver a los antiguos bosques había cerrado sus heridas.
Pero también había despertado algo en ella, algo que la mantenía alerta y viva.
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Angus se fue al campo, solo.
Y allí tranquilizó su espíritu lo suficiente para volver y afrontar lo que le esperaba en casa.
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¿Quién podía imaginar la pesadilla que desató aquel dolor "sin importancia" cuando tropezó y se golpeó el pie?
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Desde el rincón, su padre la miraba severo; juzgando desde la fotografía la enésima pésima decisión que había tomado.
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Llevaba meses poniendo a prueba su cuerpo y su mente y, un día, en un instante, bajó la guardia y se durmió en el autobús equivocado.
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La casa estaba, al fin, terminada.
Pero ni él ni los suyos recorrerían jamás esas estancias ni las llenarían de risas y vida.
Ya no.
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La imagen que transmitía el espejo -aquella mujer tan bella y segura de sí-, no se parecía en nada a cómo se sentía realmente.
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¿Sería posible que aquella yegua tan hermosa fuera la misma que rescataron de aquel lugar infame?
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Entusiasmado por la idea que había brotado en su mente, se puso a escribir, olvidando todo lo demás, incluida Julia.
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El anciano miró su bola de cristal y frunció el ceño.
Sin embargo, no pronunció una palabra que diera indicio de lo que había visto.
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Una oportunidad más. La última.
Esta vez saldría bien; ya sabían en qué fallaban y lo evitarían. Estarían bien.
Una oportunidad más...
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El maravilloso fin de semana romántico, terminó con él y Roque haciendo acampada en el monte cercano.
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Resultaba desconcertante, a la vez que fascinante, ver a aquella hermosa mujer realizando extraños rituales en su jardín.
Pasada la tormenta, Jara salió a disfrutar de los benévolos rayos de Sol y a recoger flores para su madre.
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La brisa le traía aromas que creía olvidados.
¿Y si...?
Aún sabiendo que era imposible, apresuró el ritmo para llegar cuanto antes a casa.
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Fue el inicio del fin.
Una inocente discusión sobre si acudir o no a una cena familiar, bastó para sacar a relucir todo lo que llevaban callando durante meses.
Con infinita tristeza, encendió el aparato y escuchó su voz, único rastro ya de su paso por el mundo.
En medio de la noche, el resplandor hizo que pareciera de día.
Los hombres lo contemplaron, ya sin sorpresa. Los ataques habían pasado a formar parte de su rutina.
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No era Spider-Man, ni ningún otro superhéroe, claro.
Pero para Zoé se había convertido en Súper Papa, y ese era el mejor título que recibiría jamás.
A lo mejor Esther tenía razón.
Posiblemente ya tenían suficientes gatos como para pensar en aumentar la familia...
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Cualquier sacrificio valía la pena para poder perderse en aquellos preciosos ojos, que encerraban un espíritu aún más bello.
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Al entrar en la cocina, tan limpia y ordenada como la recordaba, casi pudo ver a su abuela ofreciéndole sus pasteles recién horneados.
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Mientras se cepillaba los dientes se miró en el espejo, pensando en todo lo que estaba mal en su vida, y en cómo cambiarlo.
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Sobre la mesa, la copa de vino con la que pensaba celebrar un éxito que, al final, no pudo ser.
Aunque sonará a tópico, lo mejor de la noche fue estar juntos.
Jorge había salido esa misma mañana del hospital, totalmente restablecido. Con eso todo era perfecto.
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El volcán entró en erupción, tal como ella predijo.
Pero ya era tarde para pedirle perdón... y para correr para salvarse.
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Según el naipe, debía seguir su corazón y tomar una decisión importante.
¿Cómo hacerlo si estaba hecha un lío y, pese a todo lo ocurrido, aún no tenía claros los sentimientos de él?
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Parecía no haber consuelo para el pequeño que no había obtenido sus caramelos.
Sonrió, como el resto de clientes, pero sintió cierta envidia por esa capacidad para el llanto que tanto aliviaría su carga.
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Al atravesar las puertas de aquel lugar, descubrió que todo lo que había imaginado sobre la brujería -bueno, casi todo-, era tan real y tangible como cualquier otra materia de estudio.
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En sus paseos con Bruno, descubrió a otro paseador de perros, Fran, que con sus ropajes parecía salido de siglos pasados.
Todo el mundo creía que tenía el corazón endurecido y que no sabía amar.
Muy pocos sabían la verdad: en su corazón se habían colado algunas personas que habían arraigado con tanta fuerza que para ella no existía nadie más.
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Se acercaba el día señalado.
Puede que no se solucionaran nuestros problemas, pero marchábamos juntos y ya era un comienzo.
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Tan sólo unas horas restaban para el fin de curso, pero su mente ya vagaba por la playa en que pasarían juntos el verano.
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Despejar la incógnita fue más sencillo que desentrañar el misterio que ocultaba la personalidad de Ágata.
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Iluminada por la Luna y arropada por los árboles que tan bien conocía, Lucy bailó buscando el amor que le fue prometido.
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