El gracioso hombrecillo, totalmente despistado por la distribución del local, corría de un lado a otro dispuesto a realizar su tarea, pero sin saber por dónde empezar.
Liath
El gracioso hombrecillo, totalmente despistado por la distribución del local, corría de un lado a otro dispuesto a realizar su tarea, pero sin saber por dónde empezar.
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En ocasiones todo era cuestión de actitud y de saber ver las situaciones desde otro punto de vista para solucionar lo que parecía irresoluble.
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Siguió con la mente las líneas de mandala y creyó ver un atisbo de lo que esperaba al otro lado.
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Tocaba ahora trazar un plan para que le fuera devuelta su merecida gloria.
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Su padre era un hombre severo, demasiado duro en ocasiones, pero Ángela prefería recordarle en los momentos en que era generoso y cariñoso.
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Tuvo que ser precisamente aquel día, en que un enorme carnero, completamente blanco, entró en su jardín.
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La belleza de Ángela era superior a la que reflejaba aquella fotografía de la que ella estaba tan orgullosa.
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Mientras sus compañeras lidiaban con los nervios previos al crucial examen, Gloria, con la tranquilidad que la caracterizaba, se relajó leyendo su libro favorito.
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Criada lejos de Japón y sus tradiciones, Himari se sentía feliz paseando con su kimono como una más.
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A juzgar por la cantidad de cigarrillos en el cenicero, la espera había sido larga.
Y eso nunca era buena señal para ella.
Al contrario que sus compañeros, Susana estaba emocionada ante la idea de hacer su primera comunión.
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Mucho tiempo había pasado ya y él era realmente feliz con Bárbara, pero ver el antiguo tatuaje aún le traía dolorosos recuerdos.
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Dibujó un corazón en la tierra.
No un corazón típico de los enamorados. El suyo estaba abierto, roto en dos pedazos.
Quizá así exorcizara su dolor y pudiera empezar a perdonar.
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Tal vez fuera, en parte, por sus recuerdos de infancia, pero la plaza así, decorada para los festejos, jamás le pareció tan bonita.
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